domingo, 15 de febrero de 2009

Testimonio de la llamada de Hna. Ester

ME SIENTO FELIZ CON MI VOCACIÓN. 

Nací en Sotodosos, un pueblecito de Guadalajara. Crecí en un ambiente familiar cristiano. Soy la mayor de dos hermanas. Mis padres, humildes labradores, me educaron en la laboriosidad, en la sencillez y la honradez, en la sensibilidad hacia lo religioso y en la generosidad de hacer algo por los demás. Con no poco sacrificio, me dieron la posibilidad de estudiar en Sigüenza hasta terminar la carrera de Magisterio. 

El 4 de abril de 1985 entré en la congregación de las Hijas de San Pablo. Desde entonces estoy desarrollando la misión propia de la congregación: dar a conocer a Jesucristo camino, verdad y vida a los hombres de hoy con los medios de hoy. Como todas las vocaciones, la mía no se dio de la noche a la mañana, sino que es el resultado de un largo proceso que todavía hoy sigo alimentando y orando con gratitud. Mi opción fue totalmente libre. Esto no significa que todo haya sido "un camino de rosas" y que no haya encontrado dificultades y problemas. Seguir el propio camino no siempre es fácil. Por mi carácter, me gusta tener todo claro y, si puede ser, bien atado. Pero esto no siempre es posible. Tampoco lo fue para la Virgen María cuando dijo "Si" al ángel. 

El Evangelio nos dice que "guardaba todas esas cosas en su corazón." También ella fue entendiendo poco a poco la misión de Jesús y aceptando con fe lo que Dios le iba mostrando cada día. En el proceso de discernimiento de mi vocación conocí varias congregaciones religiosas, pero opté por las Hijas de San Pablo porque sentí que este era el camino que el Señor me indicaba. No es que en mi vida no haya habido temor y miedo a equivocarme... Pero al mismo tiempo he experimentado cómo el Señor me ha ido acompañando y me sigue acompañando hoy día. El camino no es fácil, pero no es imposible.Los valores que he aprendido y vivo como paulina son muchos. Subrayo los siguientes:- la oración personal y comunitaria que considero el motor de toda mi vida y da sentido al apostolado que desarrollo; la oración de petición por todos los destinatarios de nuestro apostolado que me pone en relación con la humanidad a la cual tengo el deber de anunciarle a Cristo y la oración de súplica y de reparación por el mal que estos medios producen, esto me ayuda a asumir las dificultades con serenidad y esperanza.

- La Eucaristía celebrada, vivida y adorada: teniendo en cuenta lo que nos dice el beato Santiago Alberione: "Todo nace, como de fuente vital del Maestro eucarístico. Así ha nacido del sagrario la Familia Paulina, así se alimenta, así vive, así obra, así se santifica. De la Eucaristía todo: santidad y apostolado.
- El culto a la Palabra de Dios siempre lo he considerado luz y fuerza de mi vocación.
- Sentirme parte de una gran familia, como es la Familia Paulina, ha sido y es para mí fuente de gozo y esperanza.

LO QUE ME HACE FELIZ.


Me siento realmente feliz en la vida paulina. Pero ¿cuáles son los motivos que me hacen feliz?
- La misión paulina: dar a conocer a Jesucristo al mundo de hoy con todos los medios que el progreso pone en nuestras manos.
- Pertenecer a una Congregación misionera e internacional donde la acogida de las varias culturas y la diversidad son una gran riqueza.
- Ver en mis hermanas mayores la realización de la vocación: no obstante sus limitaciones, siento que vibran con todo lo que vive la Congregación y la comunidad y participan activamente según sus posibilidades.
- Haber encontrado hermanas con quien compartir mi vida y a las que puedo acudir en los momentos difíciles.Y ¿quien decirles a los jóvenes que sienten la llamada de Dios? Que no les asuste el futuro. 

Que sean valientes en decir sí, aunque muchas veces tendrán que ir contracorriente: la vida merece la pena vivirla a tope. Que no pretendan tener todo claro y todo resuelto. Que busquen la felicidad y su realización en la entrega a los demás. Alguien me ha preguntado en estos días: ¿Cómo sueñas la vida religiosa del futuro? No creo poder soñar fuera de la realidad. Pero sí deseo colaborar para que la Vida Religiosa sea cada vez más abierta, llena de esperanza y de alegría, de entusiasmo por la misión que desempeña en la Iglesia y en la sociedad; que tenga en cuenta lo esencial dejando a un lado todo aquello que no hace crecer el Reino de Dios y que no nos hace vivir felices; que no se tenga miedo de vivir contra corriente ni de dar testimonio de Cristo en nuestra sociedad.